Hombre prisionero
( PRIMER PREMIO DE RELATOS DEL CONCURSO LITERARIO 2011)
Álvaro Abad 1º de Bachillerato B
La oscuridad le dio a entender que no estaba en ningún sitio en el que hubiera estado antes, no había ningún indicio que le ayudara a corroborar semejante idea, pero la intuición le decía que todo lo que estaba a su alrededor era desconocido. Hizo un esfuerzo por intentar ver cualquier esbozo de algún objeto inerte o ser vivo pero desestimó en seguida, era imposible. Los nervios empezaron a martillearle el cuerpo, sentía por todo su ser una tensión inaudita para él hasta entonces, y esta tensión le bloqueaba por completo dejándole incapaz de pensar cualquier cosa relacionada con su situación.
No recordaba nada que pudiera ayudarle, no recordaba cuál era el último día que había estado en su mundo y no recordaba el último día que había sido la persona que el recordaba. Apenas recordaba lo esencial: su nombre, su familia, sus amigos, su trabajo, donde vivía… pero no recordaba absolutamente nada de sus últimos momentos antes de ir parar a donde estaba ahora. Inspeccionó por todo su cuerpo también, y no tenía nada que podría ayudarle.
No aguantó mucho rato revolviendo sus pensamientos y decidió dejar la mente en blanco para saber que hacer, y estaba claro que lo primero que tenía que hacer era averiguar qué era el sitio donde estaba así que se puso de pie, a la vez que se dio cuenta de que había estado sentado hasta entonces, y totalmente a tientas; extendiendo los brazos a modo de defensa para choques no pretendidos, comenzó a andar hasta que se dio de bruces con lo que parecía una pared.
Era una pared.
Su mente se relajó de repente, simplemente por el hecho de saber que no estaba en medio de la nada ya que por lo menos había una pared. No obstante, siguió caminando; pero esta vez deslizando su mano por el tabique hasta que la pared se convirtió en una especie de dobladillo hecho con cuidado: era una esquina. La esquina, obviamente daba continuidad a otra pared de la misma textura que la anterior. Sus ojos ahora convertidos en manos que palpaban cuidadosamente la pared enseguida chocaron contra otra arista interior de la estancia.
Se detuvo un instante, por lo menos había tres paredes ya que según como había dado sus pasos cabía la posibilidad de que estuviera en un recinto triangular, sin embargo cabía la probabilidad de que hubiera más paredes. Continuo deslizando su extremidad por el dique contiguo y volvió a encontrar otra esquina. Repitió este proceso varias veces, y lógicamente las paredes no terminaba nunca. Estaba dando vueltas estúpidamente. Decidió quitarse la chaqueta que le cubría de cintura para arriba desde que había despertado para dejarla en una esquina y así comprobar cuantas paredes había. La vuelta a la estancia terminó rápido, había cuatro paredes. Se permitió reírse de sí mismo por la cantidad de vueltas que había realizado de forma inconsciente.
Ahora tocaba saber cuál era el verdadero tamaño del espacio donde estaba. Fue fácil, simplemente contó los pasos que había entre las paredes paralelas: seis paso entre dos paredes y siete pasos entre las otras dos paredes. La estancia era relativamente pequeña.
Un minuto después fue cuando el mundo se le vino completamente abajo, con la cantidad de veces que había dado vueltas tocando las paredes y en ninguna de ellas había descubierto una puerta o una simple ventana… estaba completamente atrapado, emparedado por cuatro muros que no sabía ni siquiera su color por la frustrante oscuridad, una oscuridad que era opaca, ni rastro de luz, ni siquiera una mínima cantidad. Nada.
Su cerebro empezaba a colapsarse buscando solución a su posible muerte, si estaba emparedado sin ninguna salida, el hambre, la sed y sobre todo la deficiente cantidad de oxígeno harían mella en él en seguida.
No había solución. El pesimismo se estaba apoderando de él y sabía que no había remedio. En ocasiones el pesimismo es un refugio de cobardes, otras veces es el refugio de todo el mundo. Piensas continuamente en negativo teniendo la esperanza de que no pase lo que temes y así sea mucho más satisfactoria la solución que en realidad querrías.
Esta era una de esas ocasiones, pero la seguridad de que todo era metafóricamente y literalmente oscuro, era casi total.
Se derrumbó en una de las cuatro esquinas, y dejó que le invadiera cualquier sensación que estuviera dispuesto a ayudarle. El sueño fue la sensación ganadora y disfrutó con lo poco que su encierro permanente le dejaba.
La luz cegadora contrastaba con la oscuridad latente que él podía llegar a recordar. Era una luz cegadora pero llena de armonía que se deslizaba por todo su cuerpo dejándole en un estado de embriaguez sorprendentemente placentero. Se dejó llevar unos instantes por esa luz acogedora que le hacía relajarse y disfrutó al máximo de aquel pequeño momento sin pensar nada.
Después de sentirse por primera vez bien desde que era consciente de su estado de prisionero emparedado, empezó a abrir los ojos de forma permanente, intentando acostumbrarlos a semejante haz de luz. Después de haber estado durante… ¿unas horas?, ¿un día?, ¿quizá un mes? o ¿incluso un año?… estaba perdiendo el control del tiempo, no lo sabía, lo ignoraba por completo, pero lo que sí sabía es que el tiempo en la oscuridad le había afectado en los ojos y ahora le costaba abrirlos durante sólo diez segundos. El destello, poco a poco, fue bajando de intensidad para la vista de él hasta llegar a un punto que ya podía ver todo con total normalidad.
Por fin podía ver la estancia completa: en efecto había cuatro paredes con sus cuatro esquinas, de un blanco muy puro, ninguna mancha, de hecho, todo era blanco; techo y suelo también lo eran y quizás por ser todo blanco; no consiguió distinguir de donde provenía la luz. Otro misterio a añadir a la habitación.
No obstante, aquello no era lo primero que vio, su atención se desvió hacia otro lado: no estaba sólo, y lo que le acompañaba no dejaba de asombrarle y de asustarle a su vez. Era una maravilla de locos, un ser imposible se agazapaba sobre la esquina intentando dormir, o eso es lo que parecía:
-¿Hola?- sonó su voz ronca de repente intentando mantener un contacto con el ser.
El ser levantó la cabeza, y fue en aquel momento que tuvo claro que la locura había llamado de lleno a su cabeza. Lo que miraba a sus ojos directamente era imposible: era un conejo, pero no pequeño y menudo como los que había visto hasta entonces, este era más grande, con forma humana.
El conejo giró la cabeza observándolo, después, se levantó y le dejo a él absorto: el conejo se estaba levantando sobre sus dos patas traseras y se estaba sosteniendo erguido de pie, como una persona normal. Siguió completando su descripción para hacerse una idea de tal locura: el conejo, poseía unas orejas de tamaño desmesurado, como era su cuerpo, sobre su nariz redondeada salían unos bigotes que parecían afilados como agujas; aunque le daba un aire juguetón e inofensivo, sus pies y sus manos eran diferentes entre sí, además eran muy peludas dándole un aspecto pomposo. Para aumentar la demencia de la figura del conejo, este iba vestido por unos pantalones rojos que se sostenían por unos tirantes azules:
-Estoy loco- sentenció hacia sí mismo.
-Créeme, no lo estás- una voz aguda, que podría ser insoportable, salió de la boca del conejo.
Impresionantemente, se fió del conejo, sonaba ridículo.
Era ridículo.
Se estaba creyendo las palabras de un conejo gigante con forma humana y vestido peor que un payaso.
-¿Quién o qué eres?- preguntó consciente de que podía ser peligroso semejante temeridad.
Sin embargo, el conejo respondió con parsimonia.
-¿Acaso importa?¿No crees que importa otras cosas antes que saber qué soy?- y resaltó el “qué” con un deje irónico.
No tenía opción en realidad, el conejo gigante sabía bastante por las simples palabras que le había dedicado.
-¿Y qué es lo que importa?- volvió a preguntar él a pesar de saber lo que le importaba.
-No me gusta perder tiempo.
Fue lapidaria la frase, el silencio cayó como una losa.
El conejo se alejó, pero no se distanció sin más, a la vez que se drigía a una esquina para sentarse iba cantando una canción, la creyó reconocer, pero no sabía cuál era a la perfección. El conejo se sentó de nuevo y siguió cantando la canción que a él le sonaba lejana. Llegó un momento en que el animal dejó de cantar y se puso directamente a silbar. Si salía de la habitación sabía que iría directamente a un psicólogo para que lo encerraran junto a otros dementes.
El caso es que la canción le sonaba mucho, y no sabía exactamente cual era, dejó de pensar en salir y de forma asombrosa, se centró en la canción para poder averiguar cuál era. Al rato, el hecho de que poco a poco sus labios se arquearon y se pusieran a silbar con el conejo, le pareció maravilloso. Conocía esa canción… vaya si la conocía: mama ooo, just killed a man, put a gun against his head… Y realmente le sonaba reciente, “Bohemian Rhapsody”, Queen…
Pero, ¿y cómo es que el conejo cantaba esa canción? Y lo más importante: ¿por qué demonios le resultaba tan vagamente cercana?
Los ojos de color azul oscuro del conejo le miraron fijamente:
-Bonita canción ¿verdad?
-¿Qué significa realmente? ¿Qué es lo que me quieres decir?
-No hace falta que te diga nada. Tú lo descubrirás.
Y dicho eso el conejo volvió a enderezarse y se acercó a él, esta vez se acomodó a su lado y se dirigió directamente a los ojos de él, no a su persona completa, solamente hablaba a los ojos. La mano peluda del conejo se introdujo en el bolsillo de sus pantalones sostenidos por los tirantes y sacó una pequeña pelota de béisbol.
-Es lo único que puedo darte, no puedo ayudarte más.
Él cogió la pelota y por vez primera se distrajo jugando entre esas cuatro paredes que ahora resultaban sobrias, vacías, inmunes y tristes muy tristes. Estaba sentado apoyándose en una de las cuatro que había escogido por simple azar.
Cogió la pelota y la golpeó al suelo para hacerla rebotar y que volviera a él; tres botes, ni uno más, a veces sólo dos, pero nunca más de tres, no le hacía falta, con tres bastaba. Sin embargo, al final se cansaba, no de las paredes, ni de la situación, ni de llevar horas sentado; quizás días; quizás años; no lo sabía con claridad… de lo que de verdad se cansaba era de la pelota y de sus tres botes ,quizás dos; se cansaba del juego que a cada golpe en la pared se hacía más estúpido y banal, llegando al simple ridículo que con el paso del tiempo era tan triste como las paredes que en un principio se lo parecían. Ahora ya sabía que era su condena, iba a tener que golpear la pelota en la pared siempre, con sus tres botes, quizás solamente dos, pero no habría mas variación que esa. No sabía cómo, pero lo presentía, él no era el que jugaba con la pelota, la pelota jugaba con él y se divertía con sus tres botes, a lo mejor dos, y su deber era seguir haciendo que la pelota volviera y viniera una y otra vez… volviera y viniera… volviera y viniera…
Volviera y viniera… el juego le recordó a un muñeco que tenía en su coche colgado en el retrovisor, era … un conejo…
Un momento, ¿de dónde había salido eso? Su coche, su muñeco que viene y vuelve balanceándose en un movimiento continuo e infinito, su… canción preferida, la que escuchaba siempre en su coche cuando estaba deprimido. Su coche… todo venía de golpe, todo…Ese era su último recuerdo: su coche.
-Estoy encerrado aquí por mi coche-murmuró pausadamente- esto no es real, esto es algo inconsciente, no hay otra manera de explicarlo.
El conejo esbozó una sonrisa perfecta.
-Me encanta el juego de la pelota- dijo simplemente- deja las cosas claras.
Y la luz se apagó, como cuando él tuvo el accidente con su coche y le dejó en un coma.
Un coma encerrado en un cuarto oscuro sin luz, hasta que el conejo le ayudó con una canción y una pelota de béisbol.
Cuado despertó en el hospital, atado a un montón de cables creando un laberinto electrónico sobre su cuerpo y sujeto a una máquina que le propiciaba oxígeno, pudo ver a lo lejos, por encima de su familia que se arrojaba sobre él, el conejo que le había ayudado, esta vez sus bigotes no parecían afilados, parecían más redondeados, dispuestos a un bello ataque en cualquier momento.
De lejos, oyó “Bohemian Rhapsody”.