DEPARTAMENTO DE LENGUA – IES PEDRO DE LUNA

Aula interactiva

Voces que se abren paso entre la niebla

Posted by mjmv en noviembre 29, 2011

Algunos de los textos más interesantes sobre el cuento de Bradbury (que debería estar aquí) han sido estos dos, uno de Yasmina:

Una tarde de noviembre, concretamente el 15, maravillosa para algunas personas, angustiosa para otras, quizá indiferente para los más afortunados. Un día en el que un empresario cerraría su empresa, a un niño se le caería su primer diente, dos enamorados adolescentes tendrían su primera relación o una frustrada ama de casa comenzaría sus clases de cha-cha-cha, Johnny de 28 años y McDunn de 64, preparaban la marcha del viejo faro, en la costa Oswell.

-Es una vida solitaria. ¿Cómo puede, McDunn, llevar a cabo todos los días la misma tarea? Aburrida, monótona, día y noche haciendo lo mismo, sin contacto con nadie…

Estas palabras aflojaron el rostro del farero, quien acababa de desengrasar unos aparatosos instrumentos con un paño desgastado, el cual no hacía sino manchar y seguir manchando, para ser sacudido y vuelto a usar. La luna ya había comenzado desde minutos atrás a ascender y era noche de luna llena, tan llena que se podía dar nombre a cada montaña que dibujaba el relieve de la luna, tan llena que cualquiera que reparara en su imagen se maravillaría con la perfecta forma circular que perfilaba aquella vislumbración grisácea y plateada.

De repente el semblante amable y cariñoso de McDunn se torció, se endureció. Es curiosa la anatomía humana y, cómo treinta y tres músculos faciales en milésimas de segundo pueden adoptar una expresión contraria…

-¡¿Y desde cuándo una persona como usted, un niñato vestido de humano, sabe lo que es felicidad, el sentimiento de bienestar…?! El señor McDunn estaba harto, harto de, después de haber vivido una tormentosa vida en una gran ciudad y haberse repetido una y otra vez lo que debía hacer, apartarse, apartarse de esa vida mundana, hipócrita, después de aquel accidente que acabó con su hijo y su esposa… No, no estaba decidido a que aquel mocoso se mofara de su decisión.

-Pe…perdone, no era mi intención ofenderle –se disculpó Johnny-. En ese momento el joven creyó ver la real faceta del anciano, que había alcanzado la locura fruto de tantos años encerrado en aquel faro.

-¡Shh…! Escucha… contempla… ni el más bello de los sueños puede hacer justicia a este panorama. El mar, siempre manteniendo ese suave oleaje, como una brisa susurrada  que balancea los largos hilos de seda de una inocente muchacha…empapado de esa frescura marina, que del perfume de la libertad se trata, ¿lo sientes? Y cómo es, que no te das cuenta de que esta visión es pura representación. Nosotros, ¡nosotros! pequeños animales no racionales, pues tanto nos vanagloriamos de ello, sino irracionales, llegamos al mundo, sin saber por qué, como premio o castigo. Surgimos en la frontera que se extiende ante tus ojos, que une cielo y mar, conocimiento e incertidumbre. Y oh, maldita sea, que ni la cresta más alta alcanzará nunca la verdad que esconde el cielo. Y así te puedo asegurar que discurre nuestra vida, en idas y venidas de continuas tentativas…

En este punto los impulsos de Johnny no iban más lejos que contemplar con ansia su reloj de pulsera, sabiendo que esa misma noche iría a tierra, bailaría con las muchachas y tomaría ginebra.

McDunn dirigió su mirada, inquietante, castigada, desorbitada, hacia el cielo de una apacible noche oscura, salpicada por constelaciones y constelaciones, y añadió en un tono entrecortado y muy pausado:

-Y mientras, ese cuerpo cambiante, cada noche se alza como un ojo burlón para iluminar la inmensidad del mar de nuestro sin sentido mundo, atenta y observadora pero siempre ajena, provocando que otros como yo nos alcemos en nuestra torre para reírnos de la ceguera que impera en cada rincón de la Tierra…

El joven, aguantando apenas un segundo una mirada al farero, compadecía su soledad y se dispuso a volver a tierra. El otro, sin siquiera cruzarle la mirada, seguía absuelto en sus pensamientos y, como todas las semanas, puso en funcionamiento el faro de Oswell; era una noche normal.

y otro de Violeta:

Pasaban los días. Cada vez más largos, cada vez más pesados. En realidad no distinguía el tiempo allí abajo, me guiaba según cuando comía, o según cuando dormía, para mí no había diferencia entre las horas o los minutos, las semanas o los días… Ni siquiera sabía los años que llevaba vividos, ni los que me quedaban. Allí no había nada. Ni nada ni nadie. Estaba solo en un océano inmenso, lleno de criaturas, pero solo igualmente. Me escondía en el abismo más profundo, con la más negra de las oscuridades guardando mi escondite. Hacía tiempo que eso no era un problema para mí porque mis ojos ya se habían acostumbrado a ver sin luz, pero no había nada que ver. Rocas, arena, seres nadando impasibles alrededor. Era incapaz de comunicarme con ellos, no había nadie como yo desde hacía demasiado tiempo, pero lo peor, era saber que nunca más lo habría. A mí sólo me quedaba extinguirme, sin dejar huella. Como si nunca hubiese existido, como si hubiese sido un sueño, un espejismo de mis testigos que no entendían nada, no se cuestionaban nada, ¿habría seres capaces de comprenderme? ¿Alguien más ahí fuera?
De repente, lo oí.
Aquel sonido me estaba llamando. Me empujaba a ir en su busca. Pero ya había caído otras veces. Me había desplazado hasta verlo, tenerlo cara a cara. Un ser frío, inmóvil. Sus ojos se reflejaban en los míos, pero su llamada era siempre idéntica. El sol llegó, cegando mis ojos nocturnos y decidí regresar.
Esta vez sería distinto. Estaba harto de esperar, harto de desear algo mejor, harto de su incesante sonido. Quería pararlo.
Hice el camino, una vez más. Fui a su encuentro. Era lo que quería ¿no? Me llamaba en la noche para que acudiese. Pero yo le detestaba, porque me llamaba, y nunca me decía nada, nunca se movía. Sólo se reía de mí.
Al fin lo tuve en frente. Estaba idénticamente colocado. El sonido también era idéntico. Mi odio aumentó. Entonces me miró entre la niebla. Con sus ojos, rojos, azules, qué extraño ser. Pero no importaba, era su fin.
Mientras me acercaba podía notar como el sonido se hacía más nítido y más intenso, también sus ojos, que se tornaban cegadores como la luz del sol, y pensé que no debía sentirme culpable, que debía destruirlo. Produjo su último alarido y me abalancé, dirigí mis garras a su cabeza, tan frágil… Quebró en mil pedazos al primer contacto. Qué fácil. Y con un golpe certero derrumbé su cuerpo esbelto, y me coloqué sobre él para asegurarme de su destrucción.
Todo lo que quedó fue silencio. Silencio y el fantasma de su existencia, su esqueleto derruido.
La soledad se apoderó de mí de nuevo.
Lo que yo creía que me aliviaría me dejó aún más vacío. ¿Qué podía hacer ahora? Había destruido mi última oportunidad. Volvería a esa oscura profundidad, donde nadie era capaz de entender mi existencia, porque no entendían ni la suya propia. Volvería a ver rocas, y arena, volvería a guiarme en el tiempo por mis rutinas, desaparecería su llamada, y me quedaría solo, solo hasta el fin.
Pero debía asumir mi cruel destino, mi único destino posible. Y volví al mar. Y volví a la inmensa crueldad de una vida sin meta. Condenado a la soledad, hasta que mi vida terminase, de un modo o de otro.
Pasó el tiempo, tan lento como siempre, que cada vez se volvía más eterno. Y una de tantas oscuras y solitarias noches, oí una voz. Era una voz tan familiar… Familiar pero inerte, como aquella voz, aquel sonido atrayente que destruí. Otra vez me llamaba. Otra vez, para reírse de mi soledad. Entonces él, no estaba solo. Entonces tenía razón.
Me fui al fondo del abismo, e intenté no escucharlo. No escucharlo nunca más.

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